Una receta médica
Una receta médica
Me encuentro con un contradictor, hasta aquí discreto: la edad. El sábado, al regresar de sus lejanos viajes, mi médico, con un plumazo en una receta médica, tacha los míos: Quito, Dublín, Bruselas, Roma…
Si quedara, sin embargo, el intercambio zoomiano con esos amigos, ¿se vería afectado ese intercambio? No, si recordamos que su dimensión es la del semblant, salvo si volvemos a los puñetazos y a las barricadas.
¿De qué manera la presencia física del cuerpo es considerada habitualmente como un argumento de verdad? No en aquel intercambio en el que de todos modos ella más bien da servicio, por su teatro habitual, a la gesticulación
Paradoja: acentuar el imaginario como medio da mal servicio al semblant.
Ya he relatado una disputa con Lacan, exigiendo una publicación de su artículo despojado de toda imagen cuando se refería a la topología: El Atolondradicho (es cierto que se trata de otro espacio y que concierne lo especularizable). Confesión: por supuesto, es la privación de todo deseo cuyo imaginario la sostiene, lo que me indignaba. Y todo eso para terminar y llegar a los nudos, los cuales dibujados debían como máximo dispensarse de un comentario, lo cual fue el caso: lo imaginario puro.
Promoción de la mirada pues, salvo si no hay a minúscula sino R, S, I, la familia reunida, para discutirlo por supuesto.
Traducción al español: Iris Sánchez