Un progreso técnico
Un progreso técnico
Aquella noche todas las cadenas de televisión pasaban la misma serie, forzosamente cautivadora, no por el tema sino por el procedimiento técnico sensacional que ahora permitía al espectador llegar a incrustarse en la pantalla y así sentir, no sólo mediante la vista, sino con todo su aparato sensorial las peripecias finamente producidas.
Por medio de un suplemento de suscripción le estaba incluso permitido intervenir y modificar el escenario a su gusto según las disponibilidades a riendas sueltas. Con un alto costo también él tenía, escuchen bien, la posibilidad de ser psíquicamente mellado y de conocer directamente las amputaciones realizadas en un hospital de campiña, las evacuaciones realizadas bajo bombardeos, el deceso del vecino de camilla, en resumen, el gran juego. Para las almas demasiado sensibles, el último perfeccionamiento que recientemente acaba de salir les permite, al mismo tiempo de quedarse en el sillón de su sala, ser salpicado de sangre, de orina o de otros excrementos en medio de olores específicos. Pero en este caso, si tienen un perro hay que encerrarlo en el sótano porque habitualmente se pone a aullar.
Desde luego, los accidentes de emisión pueden producirse y algunos que se introdujeron en la pantalla se quedan estupefactos y no regresan.
Los directores de las cadenas lo han previsto y dieron con anticipo la explicación a sus familiares: “así es la vida”, dicen, “así es la vida”. No obstante, sin precisar si esa vida propone la multiplicación de las identificaciones posibles imaginadas por el talento del guionista, o si implica la condena a un rol único decisivamente mortal.
Traducción al español: Iris Sánchez