Muerte, duelo y compañía
Muerte, duelo y compañía
Me he sorprendido de leer con regularidad las crónicas necrológicas del periódico para ver si yo figuraba ahí. El humor aparente de esta curiosidad puede ser una introducción -como de costumbre- a lo serio de la anécdota. En efecto, es común que el homenaje que se rinde al pie de la tumba sea la cúspide de la hipocresía y, sobre todo, una ilustración de nuestra reticencia a concebir el duelo. La pérdida del objeto querido, en efecto, es la condición más bien alegre de nuestro acceso a la vida y empieza con él un diálogo que lo perpetúa (significante admirable) para la eternidad. Él nunca había estado tan presente (real) y elocuente (simbólico) como ahora. Sólo le falta el imaginario de un cuerpo por lo cual podemos querer agradecerle, como si fuese el sacrificio esperado de su parte. Lacan debió leer en algún lado que el duelo siempre es aquel del objeto que habíamos sido para aquel que acaba de morir. No es entonces la ocasión de una alegría vergonzosa que hay que tratar de disimular sino abandono y tristeza, egoísta, en los confines de la melancolía. ¡Bendito Lacan! Nunca habíamos dialogado tanto con él como a partir de su muerte, ni haberlo vuelto más elocuente de lo que era cuando estaba arrellanado en su sillón.
Charles Melman
13 de septiembre de 2021
Traducción al español: Iris Sánchez