Lacan y los judíos
Lacan y los judíos
Habría que ser inocente para no oír que la elección de Roma para inaugurar una enseñanza basada en la primacía del Verbo, fue en reacción a la prevalencia de Jerusalén en el campo del psicoanálisis, sobre todo en la postguerra. Y a pesar de que antes fueran el Opus Dei y la Acción francesa las que introdujeran sus inspectores con el fin de controlar una “influencia germánica en la bella juventud francesa”. Está escrito sin tapujos en las entregas de 1938 de la Revue française de Psychanalyse, sobre las cuales poco antes fue discutida la elección del Presidente de honor, Freud o el Profesor Claude, amable pedo-psiquiatra que aceptó darle acogida a los psicoanalistas, inclusive a aquellos enviados por Viena a París.
Este emprendimiento romano de Lacan se sostenía también en la necesidad de tomar en cuenta la realidad social (el P. C. [Partido Comunista] era entonces violentamente hostil hacia esa “ciencia burguesa” e individualista) y la familiaridad judía con la idea de que un saber divino enigmático, siempre a ser cuestionado, ordenaba al mundo y a sus creaciones. La búsqueda de un saber así regidor en el inconsciente era de este modo homogénea con la represión histórica del judaísmo por medio del cristianismo, e incluía el postulado de que el importante descubrimiento era el asiento de una presencia apta para curar los defectos de su presencia en el mundo.
Para Lacan estaba claro (para Jung era diferente) que semejante postulado daba por terminado el filo más importante del descubrimiento freudiano, o sea el sujeto habitado por un orden sin cola ni cabeza con el cual él se debatía para su mayor incomodidad, aquel del lenguaje. La revelación, la verdadera, ha sido que su elemento material determinante no era el Verbo, el cual en resumidas cuentas postula al emisor benevolente, sino la letra de la que no se puede decir que ella no le deba nada a nadie, sino que está enlazada, por la separación, a algún Uno, completamente sordo, ciego e indiferente. Precisamente al que la histérica trata de apiadar antes de sacrificarse toda entera para tratar de sustituirlo con la figura de la profusión generosa y distributiva.
Este descubrimiento, y merece este nombre, aquel del papel determinante de la letra en el destino de un sujeto, llegó a hacer creer a Lacan que merecía algún interés de parte de aquellos que, a partir de Jerusalén, honran el poder creador de un Dios que no tiene otro cuerpo ni medio sino el de la letra.
Que ese no haya sido de ningún modo el caso, sólo ha podido agregar a su sentimiento el que fueran la neurosis y la tontería las ganadoras.
Charles Melman
27 de enero de 2021
Traducción al español: Iris Sánchez