Del buen uso de la guerra
Del buen uso de la guerra
Es sabido que el estado de guerra es un tanto favorable para los neuróticos. Una amenaza francamente exterior, que conlleva el mantenimiento de la vida, parece aliviar los estragos del deseo.
Quizás también supondría una reconciliación con el dios interior amenazado, ya no por sus hijos, sino por el extranjero.
Gracias a la guerra, dios está al fin con uno mismo, una bella solidaridad, y esto también -es insoportable decirlo- si es el dios del enemigo. En 1940 pude ver la mutación de una población, con la reputación de valiente y guerrera, pasar sin revuelo a la colaboración.
El llamado del 18 de junio fue más simbólico que memorable por el número de sus auditores. Sea como fuere, hoy en día, podemos verificar que la amenaza vital representada por la epidemia se la soporta bien. Al ocuparse en defender el pellejo se tiende a descartar el resto. Porque la amenaza representada por su manoseo calma la generalización de los ardores, inclusive los especulativos.
La ley moral que se impone se ha puesto una máscara de calavera, aunque sólo fuese porque puede impedir trabajar, impedir ganarse la vida. Ganarse la vida a riesgo de perderla, he ahí un dilema del cual el gobierno siempre será culpable al no poder resolverlo.
Tanto así que China llegará con su vacuna, que habrá que disputársela como hace poco fue con la mascarilla, y que sus turiferarios serán cada vez más numerosos.
Me temo que pronto tendremos que lamentar, en los olores de incienso, los tormentos de la neurosis.
Traducción al español: Iris Sánchez