Coloquio: ¿Mestizo yo? Universidad Nacional, Bogotá, Mayo 1999
No exageres el culto de la verdad,
no hay hombre que al cabo de un día,
no haya mentido con razón muchas veces.
J.L Borges.
Hace poco un artículo de El Espectador lamentaba el hecho de que en Colombia, la exquisitez del buen gusto y la educación refinada de algunos tuviera que padecer la grosería y la barbarie de otros y sugería que los gobernantes fueran más guerreros y no tanto filósofos o poetas. Hace un año oí un apreciado comentarista empezar una conferencia sobre Cultura y Paz con esta frase: « Este es un país de mentiras y de mentirosos ». A punta de una ironía desesperada que provocaba aplausos entusiastas, fustigaba la falsedad de una cultura que resumió en una frase « Todo es para mostrar o para publicar y no para cumplir ».
Cómo, recientemente, entender esta noticia sobre la paz : « Hoy se reanudaron los diálogos pero la negociación queda suspendida ». Cómo entender la física ausencia del comandante de las Farc en la primera mesa, quien optó por dirigirse al gobierno por medio de una carta que fue tachada de ser la de un analfabeta.
Cómo entender que le corresponde a los excluidos, a los desarraigados, a los marginados proclamar verdades que no combinan con el discurso de la gente de bien, a un Fernando Vallejo desde su exilio poner en cuestión la omnipotente y bondadosa madre, a una Rosario Tijeras, el terror a la sexualidad, a un Barba Jacob, su inconformidad con la moralidad, a un Alfredo Molano, desde las tierras periféricas desconocidas, prestarles una voz.
Colombia se queja de la falta de credibilidad de la palabra tanto en su expresión pública como en la interlocución. Una palabra que no circula, que impide acumular saberes.
En su ensayo « Lo que le falta a Colombia », William Ospina analiza esta simulación de ser una nación blanca, católica y liberal promovida por el poder económico y político, mientras que la vida de la gente demuestra lo contrario y que sus ideales y virtudes, su autenticidad son señaladas como penurias. Pone en perspectiva la agresividad como falta de carácter, la crueldad como falta de imaginación, y el silencio heroico del pueblo en una la lucha de todos contra todos. Evoca el mestizo como un protagonista que se ignora y busca en el otro el culpable del desastre, como el ciego Edipo o como Hamlet en la eterna postergación de su acto; un protagonista que está en paso de ser sujeto con la condición de reconocer que « cada colombiano es el otro ».
El orden simbólico y las leyes del lenguaje
El papel de la palabra y el campo del lenguaje, desde Freud en el descubrimiento del inconsciente y de la talking cure, hasta Lacan, con su formalización del sujeto y de los discursos que hacen lazo social, son esenciales en la historia del psicoanálisis para entender y apuntar a atender los misterios del alma humana y aliviar la dificultad de ser.
Lo que nos interesa es permitir que el paciente descubra que detrás del
otro está el gran Otro, instancia simbólica que distingue los sexos y las generaciones, las alianzas y las filiaciones, las leyes y los mitos. Es a partir de ese tesoro de los significantes que lo representa, que el sujeto habla y desea, que se organiza su vida psíquica; lo divide y atraviesa el lazo social, y en la intimidad de una sesión el sujeto trata de situarse, por medio de los tropiezos de su palabra que traducen la singular organización inconsciente de la relación con los objetos causa de su deseo y de los efectos de una relación originaria con el lenguaje.
Es en el contexto de la transferencia que se puede expresar el inconsciente que es transindividual, lazo que crea un mismo espacio de lenguaje para dos sujetos, introduce un pacto simbólico a partir de un contrato sencillo de horario y de pago, de secreto y de palabra soberana, lazo que es una manifestación del amor que permite encontrar referentes en el Otro, con su relieve particular para cada sujeto. Otra manera de enunciar quizás lo que decía Arthur Rimbaud con su conocido aforismo: « Yo es otro ».
Hay una particularidad en el orden simbólico que me parece insistir en la actualidad del lazo social y en la organización subjetiva, y que percibo como fundándose en dos aspectos:
– La escisión entre uno y otro propia del lazo social postcolonial que construyó la modernidad, brutalmente aquí con la Conquista y paulatinamente en el mundo occidental.
– El invento propio de la cultura mestiza.
Las condiciones singulares del encuentro entre los dos mundos en la Conquista de América inauguraron la constitución de un mundo simbólico inédito, que tuvo que tratar en primer lugar con el vértigo físico y mental de un descubrimiento de hombres y de naturaleza, sin palabras para nombrarlos. Es de primer interés descubrir, en Las Auroras de sangre como Juan de Castellanos se dedicó a esta tarea toda su vida en sus inagotables Elegías, llenas de la necesidad de detenerse en cada detalle para identificarlo, nombrarlo. Un canto lleno de escrúpulos, de asombro y de curiosidad, que eran cualidades propias del Renacimiento, en el contexto de un pensamiento en crisis (la del poder de España y del catolicismo) y que habrán de quedar calladas en América por una censura que dejó de la Conquista una sola versión de dos caras: la vergüenza del crimen y la glorificación del amo, de su color, de su fuerza, de sus armas, de su religión, de su lengua, de su poder de castas.
Es perturbador constatar cómo en Colombia el discurso actual acarrea esta misma apología, mientras el crimen no deja de retornar, contribuyendo a negar tanto los significantes ancestrales como los paradójicos inventos, tachados de fantasiosos, mentirosos o perversos, que desde esa época, las tres etnias y sus mestizajes, los hombres y las mujeres, los ricos y los pobres han creado para convivir, a la par de una identidad difícil de definir.
Es probablemente difícil establecer un pacto simbólico común, cuando el miedo, la codicia y el genocidio imperan sobre la posibilidad de oír al otro, cuando se le reconoce como semejante con la condición de someter o eliminar sus dioses, robarles sus mujeres e ilegitimar su descendencia, aniquilar sus autoridades; se crea una aculturación traumática, una discrepancia con un otro sobre el cual hay que reafirmar siempre un dominio violento, para que no vuelva a ser un amo, gozar de él para que no goce de uno; se inaugura entonces un lazo social que no fluye y que la Independencia no resolvió.
El Otro que el mestizo ha tenido que generar resulta ser una creación continua sobre las escisiones inaugurales, al inventar cultura donde estuvo el horror y la ilegitimidad. Con la imposición de un solo padre, rey o dios lejano para estos hijos que no se reconocían como semejantes, se ha generado una moralidad de doble filo, simbolizada en este dicho según el cual « quien peca y reza empata », una ambivalencia con la ley social, hecha de una letra intransigente y de transgresión sin culpa, de cohabitación de múltiples lealtades que llevan a la inflación del « leguleyismo », el manejo
estoico de valores propios, el recurso a modelos ajenos que hagan autoridad; una singular pugnacidad se ha desarrollado entre las mujeres que tienen a cargo conservar los dioses arrebatados y ocupar el lugar de detentoras del poder simbólico, y los hombres, movidos por la persecución metonímica y azarosa de los objetos de goce y de los fetiches brillantes, por el culto a la belleza y a la libertad, ingeniosos y heroicos en la conquista de la tierra con su sagrado secreto, y ambivalentes con la dependencia hacia el hogar y la madre, vacilando entre autoritarismo y desprendimiento en la función paterna.
Divinización de la letra y de lo ajeno, ambivalencia e ilusiones en medio de un destino tan real de muerte sin sepultura y de pérdida, parecen corresponder en el lazo social con los híbridos que la cultura mestiza inventó, del barroco al realismo mágico con sus divinidades antiguas, sus quimeras y fábulas, pasando por el costumbrismo sentimental. Las cosmovisiones premodernas conviven con una etiqueta de inscripción en el pensamiento occidental, un profundo politeísmo con un barniz monoteísta y un blanqueamiento atravesado y melancólico. El mestizo es un híbrido creador de simpatía entre elementos inconciliables: lector de los astros, humilde con el sino divino y la fuerza de una naturaleza no domesticable, fascinado por los espantos y apasionado por los últimos descubrimientos científicos; Ariel y Calibán jugando con Próspero, crean un mundo de alquimias y de metamorfosis, y hacen de Macondo un territorio universal que ha conquistado el planeta por haber elevado una voz que todos los mestizajes de estos tiempos anhelan.
Los avatares de la palabra
Cómo no se reflejaría en la palabra este original orden simbólico, en continuas estrategias, engendros e híbridos, para tratar en la interlocución con el otro, de resolver sus imposibles y contradictorias aporías. Tendremos en tela de fondo lo que el psicoanálisis ha venido explorando en el orden de la enunciación, y revelado de los mecanismos inconscientes que operan en el lenguaje para defenderse de una representación o un significante reprimidos y procesar su retorno. La « negación » , la « renegación » y la « forclusión », son diversas maneras para mantener y a la vez apartar esta representación, al desplazarla, disfrazarla, presentificarla de manera paradójica. El olvido, la mentira y otros inventos cotidianos proceden en diferentes grados de estos mecanismos.
Intentaré compartir algunas observaciones que me ocurrieron al sorprenderme de algunos hechos de palabra y al oír y aprender el habla colombiano…
Un santandereano me comentaba cómo en su región « la palabra dice lo que quiere decir » y cómo él sufre en Bogotá de « lo retorcida y burlona » que es, cosa que induce en él cierta vivencia persecutoria. Una muchacha bogotana enunciaba de esta manera la dificultad del diálogo con un colega en el trabajo: « Es curioso como cada uno queda parado en su posición, hay uno y otro polo, y yo creo que no tengo la estructura mental para que sea de otra forma, o es él quien tiene la razón, o soy yo »; otra decía hablando de su pareja: « Somos dos extranjeros », otra, madre de familia quejándose del estorbo que causa en su cotidiano esta pregunta recurrente desde la infancia: « Por qué ellos si, y yo no? ».
Son ejemplos entre otros de lo que se puede percibir de una alteración entre Tu y Yo que ha de aparecer en muchas ocasiones como Tu o Yo por una insistente combinación de temor a la intrusión y de excluyente alteridad. La lengua busca cómo obviar el obstáculo de diferentes maneras, borrándolo con el silencio o con el desalojo del uno o del otro, desplazándolo y presentificándolo, creando quizás a su manera formas divinas, fantasiosas, monstruosas, grotescas o quiméricas en la palabra, que resulta abusivo calificar de mentiras.
El silencio es un recurso común: al suspender su palabra la persona evita hacerla ofensiva, calla su opinión porque no entra en el código del otro,
se encierra en su propia legitimidad, su propio sistema de valores, su ética. El temor a la humillación, a la devoración por el otro, el terror que paraliza, el secreto que genera vergüenza, propician el silencio, y por ende la resignación y el repliegue sobre el drama individual que hay que esconder. Y es también un recurso colectivo como lo hemos visto en la historia en las manifestaciones silenciosas, las de Jorge Eliécer Gaitán, las de las mujeres, que han buscado hacer contrapeso al ruido de las armas y de la bulla de discursos discordantes y excluyentes. Una protesta contra consignas que despiertan ideales sacrificiales y discursos que no hacen sino enmascarar intereses privados. Si el silencio es una defensa, es también parte de la llamada reserva andina y entra a propiciar el disimulo declarado propio de la malicia indígena.
Podemos observar en situaciones de ira o de furor como vivencia extrema de la anulación del sujeto por el otro, cuando como dice el dicho, « este es para matarlo », que no se encuentran palabras para comunicar sino escorias, estallidos de palabra, pedazos de cuerpo más bien, como golpes, proyectiles, y así son las invectivas, los insultos y groserías que reducen al otro a un indiscutible desecho. La palabra hecha cuerpo y el cuerpo como vehículo de palabra dicen mucho sobre las sinsalidas en el lenguaje, unos de esos engendros sobre fondo de lenguaje castizo, y que en algunas oportunidades hemos visto manejar con propósito pedagógico, buscando un símbolo y un soporte de su mensaje en el gesto paradójico o en el silencio de los mimos.
La burla y el sarcasmo, payasadas o muecas de la palabra que bailan en la hiancia de la interlocución tienen mucho éxito, pero también dejan al otro sin palabra, haciéndolo cómplice de su destitución en una connivencia de mutua descalificación. En cambio el chiste, aunque vulgar, que en la sorpresa y el doble sentido desencadena la risa, permite gozar del encuentro con pulsiones y elementos inconscientes en la complicidad con el otro.
Hay operaciones que se pueden notar sencillamente en el uso discreto de pasivos que ponen entre paréntesis la responsabilidad del sujeto en unos de sus actos: « se me quedó », « se me perdió »…, y el objeto mismo resulta animado por la intención de perderse o quedarse. « Se me fue la paloma… »
Desalojar al otro en la dificultad de reconocerlo como semejante, se puede observar todavía en la denominación corriente de ciertos grupos de ciudadanos como salvajes ayer, bárbaros o desechables hoy, palabras que radican en una concepción de la alteridad vacilando entre su exclusión de la humanidad misma como monstruo u objeto, o su exclusión de la cultura. La posición del otro como objeto no es siquiera discutida cuando se usa tan serenamente la expresión « pesca milagrosa », con su toque de brillo cristiano.
El mismo uso común del Tu y del Yo nos puede orientar hacia una dificultad en la reciprocidad estructural que suponen estos términos. La diversidad de los usos para señalar la segunda persona incita de antemano cierto esfuerzo de adaptación, entre los cuales se soporta que el Tú pueda ser Vos, Usted, o Su Merced según las procedencias regionales o sociales, dando lugar a infinitos juegos y chistes que no dejan de interrogar sobre la existencia de códigos tácitos de la interlocución, mucho más complejos que la nítida distinción entre la familiaridad y el respeto que manejamos en Europa.
Desde el Usted, típico de América Latina, se introduce una tercera persona en la forma verbal, que sustituye la segunda, como garantizando su trato respetuoso vía el paso por la tercera. Es más sensible aún en el uso de Su Merced que remite a cierto tipo de sometimiento social en la historia. El Usted entre los novios podría borrar el riesgo de falta de respeto que conlleva la intimidad. El Tu aparecido recientemente en las familias « bien » de la ciudad, puede ser visto como la introducción de cierta grosería moderna. Sería un detalle irrelevante del folclor, si no revelara también a veces un sentido profundo para el sujeto en su contradictoria relación con los demás, si las vicisitudes del uso lingüístico no tradujeran las
sinsalidas en ciertas relaciones familiares, por razones sociales o afectivas: un secreto, el repudio de un linaje.
Ciertas formas de lenguaje apuntan efectivamente a hacer intervenir un tercero que manteniendo la distancia, positiva este vacío, desalojando la interlocución que queda según un código complejo por fuera de una demostrativa palabra cuyo propósito no es convencer al otro sino dejarlo callado. La más común es la sacralización de la palabra bien dicha, que es uno de los componentes de la urbanidad y que conlleva cierto aspecto
fetiche al discurso, apreciado por su brillo, llamado a veces divino, que demuestra cierta maestría en reproducir modelos que hacen autoridad, los dogmas de tipo religioso, académico o retórico, pero tiende a confundir el bien decir con una prenda de poder… con el precio de descartar el valor de la elocuencia, la cual es apoyo a la argumentación cuando el estilo que hace el hombre deja pasar las vacilaciones, las dudas y aproximaciones que permiten el diálogo.
La palabra en este caso revestiría el valor de un objeto escópico, suscitando la admiración más que la escucha y la comprensión, una dimensión fascinante, la cual remite etimológicamente al fascinum, que en latín designaba al falo. Colocado del lado de quien tiene la palabra, no le hace lugar al otro, ni entra en resonancia con él, lo paraliza. Una manera sin duda de contribuir a mantener el disfraz del amo como condición para la toma de palabra, esconder detrás de la pureza del discurso, los desbordamientos del sujeto.
No sobra reflexionar, como practicantes del lenguaje que somos, sobre el culto que se le rinde a la forma del discurso, en un país donde por tradición se habla el mejor castellano, con varios presidentes literatos, y en esta ciudad de la cual Bolívar decía que era una Universidad, mientras Caracas era un cuartel y Quito un convento…, nuestra Atenas latinoamericana, cuya duplicidad reveló un día un grafiti en un pared: « La tenaz latinoamericana, 2600 metros de angustia sobre el nivel del mar ». La palabra en su vínculo singular con la mirada no deja de remitirnos a la patología del mal de ojo y de la envidia, y opera quizás en ciertos usos insólitos del verbo ver: « A ver », empieza a decir una persona que busca sus palabras, solicitada a dar su opinión en condiciones incómodas, o esta expresión « ver por alguien », para decir « cuidar », o « responder por » … y me parece incidir también en la dificultad para ciertos pacientes de seguir hablando cuando pasan del cara a cara al diván, como si cuando se deja de ver al otro, fuera de la mirada, el sujeto se quedara sin asidero. Y esto nos puede dar luces sobre lo que encubren las solicitudes de « supervisión » como motivo de consulta, que pueden ser un llamado a un saber que ve, sin tener que hablar.
La búsqueda de nuevos lenguajes es una preocupación constante de quienes intentan en su manejo encontrar más armonía en medio de tanta pasión. No nos puede ser indiferente el panorama patético de los recursos de la palabra inaugurados por lo innominable, la extrema prevención hacia el otro en medio de la cordialidad y la escasez de los espacios para poder hablar de sí, cuando impera el dicho « al caído caerle » y que la fantasía pueda ser tachada de vergonzosa, intención real, o crimen consumado.
Sabemos que mediar la infernal confrontación imaginaria con el otro, esta pugna repetitiva de reconocimiento, de amor y de odio, de envidia y de resentimiento, se puede lograr introduciendo pacientemente los elementos del drama personal, un trabajo de memoria, de acceso a los significantes censurados y que relativizar el brillo mágico de los ideales y de los objetos, sin desconocer el deseo propio, pasa por un recorrido por el fantasma, el cual reúne el sujeto y el objeto, con su pincelada luminosa, haciendo más amable el otro. Darle valor al mito, a la metáfora y a la metonimia en la palabra, al doble sentido, es contribuir a valorar el lenguaje, la credibilidad del discurso que es cada vez más sustituido por el carácter unívoco y siderante de las imágenes y la verdad indiscutible de las cifras.
Por lo tanto la tentación de recurrir a lenguajes que unifican, el amor, la ternura, la democracia, los derechos humanos…, no puede prescindir de la dimensión mítica de lo que opone y separa, sin exponerse a repetir un llamado desesperado a un padre único y real, a una igualdad en el oscurantismo, remitir a un saber totalizante que no hace sino multiplicar los pequeños amos. De igual manera nos tenemos que interrogar sobre el carácter central del goce fálico instituido por el monoteísmo, con el poder simbólico de un padre rival: el Otro que el mestizo se ha inventado es abarcador de diferencias, de metamorfosis y alquimias, lo presentimos en la literatura y en el arte, y en el análisis personal de todo sujeto quien, en busca de sentido para su vida, reconstruye y desconstruye el misterio de su origen, en forma de novela familiar que cualquier niño se inventa.
Paciencia, don de sí, curiosidad, compromiso con la verdad de lo real y creación han de ser probablemente la vía del sujeto moderno para poder recoger las diferencias y la diversidad de las competencias, pasar de la pasión del tener al deseo de ser, y reconocer en el otro su propia riqueza.