Arturo De la Pava : Buenos días. Vamos a iniciar la segunda jornada de trabajo, cuyo tema programado es El Otro y lalengua. Belén del Rocío Moreno, colega amiga y colaboradora en estas jornadas hará una pequeña introducción sobre el tema y, posteriormente, el Doctor Melman continuará con su exposición.
Rocío Moreno Cardozo : Hace quizá cuatro años había propuesto a la entonces Asociación Lacaniana de Analistas de Bogotá, Aldabón, que emprendiéramos una indagación sobre el psicoanálisis y el español; por motivos unos y otros, el trabajo no tuvo lugar. Sin embargo, el tema continúa ahí, a la espera. De tanto en tanto, digamos, más bien con frecuencia, me lo vuelvo a encontrar, y entonces me trae los fragmentos, seguramente mudados, de lecturas que, en su momento, me dejaban con la sensación de la inminencia, de alguna cercanía con aspectos fundamentales de la lengua que habitamos, en lo que respecta a la subjetividad que con ella se organiza, a los imposibles que engendra, y en consecuencia, al campo de goce que con ella se produce. Invariablemente, y más bien de manera natural, las observaciones más inquietantes las he encontrado en aquellos que tienen por oficio, o más bien por vocación, el trabajo con la materia más real del lenguaje.
Ya en su anterior visita a Colombia, le había contado sobre algunas observaciones de Borges con las que quiero, de nuevo, comenzar el esbozo de tan solo un fragmento de un panorama cuya amplitud no deja de causar una curiosa mezcla de asombro e inquietud. En algún encuentro con psicoanalistas Borges se refería al castellano en los siguientes términos: « Una de las virtudes del castellano es el hecho: usted puede hacerlo pedazos, usted puede de equivocarse y se entiende. Eso es verdad, en otros idiomas, por ejemplo, el francés, si usted pasa de un acento agudo a un acento grave, no se entiende, el castellano siempre se entiende […] Digo que en otros idiomas usted está atado a cierto orden, en cambio, en castellano no, usted puede decir: llega fulano, fulano llega, usted puede invertir el orden de las palabras, se entiende siempre, en otros idiomas no, hay que seguir un esquema rígido, usted tiene que tener el sustantivo, el verbo, el complemento directo, complemento indirecto, lo que fuera. En castellano no, le da la libertad en ese sentido; y la sonoridad también, que es la sonoridad del latín y del italiano también, y que el francés no tiene. Claro porque el francés es idioma de consonantes, como el inglés; el castellano es un idioma ante todo de vocales eso lo hace monótono pero sonoro »1. Estas observaciones se revierten inmediatamente en preguntas: acaso la existencia de un esquema sintáctico menos rígido ¿no plantea, en consecuencia, que la lengua misma ofrezca la posibilidad, casi « connatural » -si se me permite la expresión en este contexto-, de que el hablante construya en el acto de ligar las palabras el modo más singular de habitar su lengua? Desde luego que la existencia de un sujeto implica ese modo singular, pero lo que quiero sugerir aquí es si dado que las posibilidades sintácticas del español no se ajustan a esquemas de una rigidez tan patente como en otras lenguas, las rutas que se abren para el hablante permiten un rango de elección en el cual cada disyuntiva es sitio de su episódico y obligado paso. En la misma vía de esos rasgos diferenciales que señala el poeta, en el español, la presencia del sujeto puede ser tácita, no es obligatoria; en algunos casos, cuando el pronombre se hace explícito puede producir la impresión de una redundancia mal sonante, como en « ¿Cuándo vienes tú? »… para seguir con el ejemplo de la llegada del fulano arriba mencionado. Puede suceder también que explicitar del pronombre tenga el efecto de subrayarlo, con lo que se introduce un ligero desplazamiento en el sentido respecto de la pregunta más simple « ¿Cuándo vienes? » Tomemos ahora el otro aspecto anotado por Borges: el carácter vocálico del español, respecto del cual habría que agregar que la distribución variable de sus acentos produce una línea melódica cuyo trazado no resulta previsible. En ese mismo texto el poeta anota que el castellano dispone de las palabras esdrújulas, que no existen en francés, donde dado el caso podría construirse tal vez una frase esdrújula… En este contexto, resulta más que sugestivo atender a la incidencia subjetiva de la pronunciación de las vocales y las consonantes, donde en el primer caso es patente el goce de lo abierto del sonido, mientras que la articulación consonántica impone una limitación. ¿Qué derivar de estos elementos en lo que concierne a la subjetividad? Por ahora es harto prematuro pensar en formular la más mínima conclusión… Sólo sugerencias. Por último, Borges anota en ese mismo texto: « el castellano tiene una virtud que no tiene otros idiomas, que es la diferencia entre el ser y el estar, que no se da en otros idiomas, que yo sepa, en todo caso en francés y en inglés no se da, sin embargo todos sentimos la diferencia entre estar enfermo y ser un enfermo, o estar triste y ser triste y esa delicadeza no se da en otros idiomas »2. En los ejemplos que presenta Borges, para los hablantes del español es claro que se introduce con cada verbo una diferencia fundamental: cuando se dice « soy enfermo », el asunto, que ya es crónico, pasa a ser parte de la esencia del doliente, hasta, diríamos, condición de identidad; mientras que quien hoy « está enfermo », mañana quizá estará gozando de buena salud, sin que por ello su identidad se vea alterada. Desde luego, los ejemplos que ha escogido Borges pueden hacer las delicias de los psicoanalistas. Aún es más evidente para nosotros la diferencia entre « estar jodido » y « ser jodido ». Diferencia muy próxima a aquella que aparece en boca del gramático, cuando le preguntaron cuál era la diferencia entre « estar dormido » y « estar durmiendo », a lo que contestó: « La misma que entre « estar jodido » y « estar jodiendo » ».
Pues bien, ya mencionada el gramático, me permitiré plantear otro asunto que concierne específicamente al español en Colombia. La rápida respuesta, como algunos ya lo abran adivinado, es de Miguel Antonio Caro. Su influencia no fue poca respecto del español que se habla en Colombia, o más específicamente sobre cierta formalidad y esmero en nuestro uso de la lengua. Ello seguramente ha valido para difundir la opinión de que en Colombia se habla el mejor español de Latinoamérica. Sin embargo, parece ser sólo eso: una opinión; sobre el fundamento tan singular afirmación sobre « la pureza » de la lengua, habrá que ver… Miguel Antonio Caro tuvo una importancia decisiva en la naciente República. Caro, nombrado vicepresidente de la República, en 1882, durante el gobierno de Nuñez, fue el artífice de la Constitución de 1886 que nos rigió por más de un siglo, hasta 19913. Pero al lado de Caro está Rufino José Cuervo cuya obra, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, a los trece años de su publicación ya había llegado a la quinta edición; así sus Apuntaciones fueron un verdadero éxito editorial, si se tiene en cuenta las circunstancias de la época. Los últimos años de Cuervo transcurrieron en París, donde se dedicó, casi que por entero, al trabajo que le exigía el Diccionario de construcción y régimen de la lengua española. Pero Caro y Cuervo no fueron los únicos apasionados gramáticos de la época, otros personajes dejaron obra en este terreno: Marco Fidel Suárez, José Manuel Marroquín, Miguel Abadía Méndez, Rafael Uribe Uribe. Estos nombres tienen un lugar en Colombia no sólo como gramáticos, también figuran principalmente en las páginas del poder. Muchos de ellos eran descendientes de la burocracia imperial española, como lo ha señalado Malcom Deas4; así que los asuntos del poder no les eran ajenos. Pero el furor por la gramática que aquí se dio no sólo concernía al habitual efecto encontrado en las colonias que todavía inseguras de su identidad intentaban conformar unidad a partir del uso uniforme de la lengua; aquí el esmero gramatical fue « un componente muy importante de la hegemonía conservadora que duró desde 1885 hasta 1930, y cuyos efectos persistieron hasta tiempos mucho más recientes »5. La mayoría de los gramáticos eran conservadores, sin embargo, los liberales también se ocuparon en tales oficios con el propósito de entrar en pie de igualdad en las disputas políticas. No era infrecuente que se aplastara al contrincante pescándole públicamente una incorrección en el uso de la lengua. Ahora bien, el interés por conservar la lengua española no apuntaba tanto a lograr alguna soñada unidad de América Latina, sino más bien a conservar « la conexión con el pasado español, lo que define la clase de república que estos humanistas querían »6. Así la lengua de la Conquista quería ser preservada; las lenguas indígenas no parecían despertar en aquel momento mayor interés, tampoco la contribución negro-africana al léxico en Colombia, sin la cual no tendríamos bitute, ni guardaríamos chécheres, ni nos habrían hecho cachumbos cuando éramos niños; quizá sólo estarían los insípidos cheques sin fondos y no los enervantes cheques chimbos…
Sólo con la presencia de los poetas del Modernismo, el español en América antes sostenido inmaculado, logró giros en la expresión cuyos acentos permitían vislumbrar la apropiación de la lengua Otra. Voces que hicieron sonar un español que ya no era precisamente el de Castilla: Rubén Darío en Nicaragua, Gutiérrez Nájera en México, José Martí en Cuba, Leopoldo Lugones en Argentina, José Asunción Silva en Colombia. Y luego, la experiencia inquietante del peruano César Vallejo, quien desde su primer poemario va trazando una andadura que lentamente lo aleja del Modernismo. Sus arduos poemas hacen sonar, de la manera más singular, la materia sonora del español de América; la incorporación y al tiempo la transformación de las más variadas formas orales determina que esos poemas hablen, pero el habla cotidiana queda pronto allí vuelta extraña. Con los artificios del barroco español destruye el sentido para desplazar el acento hacia la sonoridad singular de nuestra lengua. Así, hace oír la profunda extrañeza que causa la propia lengua y por ello sus poemas nos instalan en la experiencia más originaria respecto de ella: al fin y al cabo, toda lengua fue siempre, en principio, lengua extranjera. Quizá esa poesía imposible de imitar, que aún gravita sobre muchos poetas latinoamericanos, hace también oír la mixtura del español con el ritmo de la lengua quechua. Desde luego que acá no se trata solamente de encontrar la lengua indígena en el nivel más inmediato del léxico; aunque, como lo plantea el poeta Eliot, en algunas felices ocasiones, una palabra puede insinuar « toda la historia de una lengua y una civilización »7 . Sólo en las « Nostalgias imperiales » de Los heraldos negros, Vallejo incluye palabras del quechua; después no volverán a aparecer… Quizá, decía, la lengua de sus abuelas indígenas hacía presencia de otra manera en su obra posterior… acaso en las arduas aristas de su ritmo. Este asunto que para el poeta peruano se plantea respecto del quechua, ha de tener sus giros bien singulares respecto de las numerosas lenguas habladas en nuestro territorio antes de la Conquista. Con las lenguas aborígenes arrinconadas, cuando no arrasadas, los lazos de parentesco, las formas de alianza y en general los modos de transmisión, sufrieron un profundo desgarrón. El hecho evidente es que la lengua materna ya no fue la lengua de los descendientes. Y acá, de nuevo, se abre un horizonte de indagación de lo más inquietante con relación a los modos de retorno y de permanencia de aquellos fragmentos desarticulados de la trama simbólica en la cual se tejían. ¿Hemos escuchado, acaso, en la queja que nos es dirigida esa presencia para la que bien vale el concepto freudiano de unheimlich, presencia extraña y a la vez familiar de esos fragmentos? ¿Cómo se han pronunciado? ¿Lo han hecho?
Entonces, todas estas cuestiones relativas al español, sólo cobran importancia para nosotros en tanto que remiten al sujeto que habita esta lengua. ¿Qué caminos para un hablante del español resultan forzados a partir de la estructura misma de la lengua, de sus licencias y sus imposibles? Al comienzo, la referencia de Borges nos indicaba la delicadeza del español al distinguir los verbos « ser » y « estar », sin embargo, esa delicadeza no está exenta de ambigüedades. Hace un tiempo un colega me hacía notar la proximidad sonora entre los verbos « ser » y « hacer ». En efecto, había escuchado la pregunta « y, ahora, ¿yo que voy a hacer? » como su cercana: « ¿y, ahora, yo que voy a ser? ». Por mi parte, he encontrado que en algunos casos de bilingüismo, el sujeto sólo logra nombrar el asunto que lo agobia, con significantes de la otra lengua, no de su lengua materna: como si solo allí lograra la distancia necesaria respecto de un goce que literalmente le amarra la lengua. Tal es el caso de Jorge Semprún en el terreno de la literatura, quien sólo logra escribir su « vivencia » del campo de concentración de Buchenwald, en lengua francesa. Por otra parte, en lo que respecta a la lengua otra que el español, no deja de llamar la atención que el lugar donde ahora yace el ideal empuje a nominaciones cada vez más inusuales. Cuando hace algunas generaciones, los padres buscaban nombres para hijos solían acudir al socorrido recurso del santoral; ahora el asunto ha cambiado drásticamente. Esto escribe un columnista que, entre chanza y chiste, se muestra más bien alarmado con los inéditos nombres de los colombianos: « Yo había oído acerca de colombianos de las nuevas generaciones que fueron bautizados por sus padres con nombres extranjeros similares a Usnavy (que traduce Armada de los Estados Unidos) o Westinghouse (conocida marca de electrodomésticos). Me pareció divertido, pero nunca lo tomé en serio. Ahora, cuando buscaba otra cosa, he podido conocer las listas de inmigrantes colombianos a España y descubrí que al lado de los nombrecitos que se han tomado por asalto la vida real, Usnavy y Westinghouse parecen nombres del Quijote. De verdad: se está cometiendo un cataclismo con los onomásticos colombianos. Influidos por la televisión y la prensa, mis compatriotas se ha dedicado a nombrar a sus hijos y nietos con una ensalada de inventos angloides, nombres extranjeros mal copiados, ensamblajes de letras de apariencia foránea (X, Y, W, H intermedia, K) e insólitos homenajes a figuras efímeras de reinados de belleza y el mundo del deporte »8… Y sigue el listado de nombres.
Quizá estas anotaciones sobre el español puedan constituir el esbozo de un programa de trabajo, que insisto, estamos en mora de emprender. Sólo me resta recordar la respuesta que Eduardo Weiss recibió de Freud cuando le pidió autorización para traducir uno de sus libros: « Por su puesto, adelante, pero queda usted en libertad de agregar sus propios ejemplos »… Quizá los propios ejemplos puedan ser otra cosa que nuevas ilustraciones de lo mismo.
1 – JORGE LUIS BORGES, Los sueños y la poesía, p. 48.
2 – Ibíd.
3 – Al parecer, por los tiempos que corren, se abre camino la intención de restituir el espíritu de la obra del gramático, lo que indica bien el ambiente político que ha tomado el primer plano.
4 – MALCOM DEAS, Del poder y la gramática, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993.
5 – Ibíd., p. 28.
6 – Ibíd., p. 47.
7 – THOMAS STERNS ELIOT, « La música de la poesía », en Sobre poesía y poetas, Barcelona, Icaria Editorial S. A., 1992, p.30.
8 – DANIEL SAMPER PIZANO, « Dónde se metió Erialeth », Revista Carrusel, El Tiempo.