Batirse en retirada
Según la humorada freudiana sobre los oficios imposibles, gobernar es una tensión que enlaza al que gobierna con los gobernados. Pero habrá sido necesario el instrumento lacaniano de los discursos para que diéramos a esta cuestión toda su complejidad: hay un discurso de orden que organiza nuestro lazo social y que permite un goce (de lugares, de bienes, de un sitio). Empieza por la familia, engranaje esencial en el cual el niño se apoya sobre las indicaciones de los adultos para confrontarse gradualmente con el real.
Los padres están marcados por ese mismo rasgo discursivo: hay uno que ejerce el poder (S1) y otro que en general se subordina, el que detenta la autoridad (S2). Esto aparece como un yugo en lo conyugal, se traduce en una necesaria solidaridad en política, un acoplamiento entre S1 y S2.
¿Presenciamos hoy en día una crisis de la disimetría de los lugares? Hace ya decenas de años, y más bien estaríamos por denunciar al primero que se pusiera en puntillas. ¿Habría entonces una falta de legitimidad como efecto secundario en nuestros dirigentes políticos? Escoger el menor de los males en una elección presidencial viene a ser, decía Hannah Arendt, escoger un mal. Pero podríamos decir además, mal que le pese, es la parte de insatisfacción que señalaba el imposible de Freud, un resto inevitable entre S1 y S2.
Ahora bien, en este asunto de las jubilaciones el goce está entrampado en un nudo gordiano: el gobierno es percibido como desdeñoso por la calle que brama pidiendo un reconocimiento. ¿Cómo gozar sin dejar demasiadas plumas en el tripolium de cada uno? Si no hay oficio zonzo, el nuestro nos invita a saber que la insatisfacción es un hecho de estructura – como Freud ya nos lo decía en su Malestar.
Traducción al español: Iris Sánchez