Lo cierto es que soy chileno y también soy muchas otras cosas.
Y llegado a este punto tengo que intentar recordar
a aquel escritor que dijo que la patria de un escritor es su lengua
Roberto Bolaño
Antes de comenzar esta intervención, quisiera agradecer a Omar por haber estado a la iniciativa de esta jornada. Que estos encuentros se repitan y se multipliquen porque contribuyen a dar vida a nuestra asociación, haciendo que el significante Internacional resuene de otra manera.
La lectura difícil y estimulante de este seminario hizo que una pregunta surgiese rápidamente en mí: ¿Qué nos enseña el acto psicoanalítico sobre la clínica con niños? La respuesta no me pareció evidente, cuanto más que el acto psicoanalítico marcaría este punto de inflexión en el que el analizante, como dice Lacan, pone al sujeto supuesto saber en su lugar, à saber el lugar de objeto a al que se ve llevado el analista al final del análisis. El analizante recogería entonces el guante del analista y retomaría su función. Sin embargo, difícilmente habría podido esperar que mi paciente Francisco de 6 años, del que les hablaré dentro de poco, decidiese devenir analista al final del trabajo clínico conmigo.
Los diferentes términos que Lacan introduce a lo largo del seminario no dejan empero de ser herramientas valiosas para orientarnos en la clínica, sea ésta con adultos o con niños. El saber, la verdad, el objeto a, la imposibilidad de inscribir el acto sexual sobre la cual Lacan trabajó todo el seminario anterior dedicado a La lógica del fantasma. Todos estos términos sobre los que Lacan se apoya para dar forma a su proposición sobre el acto psicoanalítico, son puntos de apoyo ineludibles para un trabajo serio en la clínica con niños. Es por ello por lo que he querido compartir con ustedes algunos extractos del trabajo con Francisco, un niño que estaba en primero año de escuela primaria cuando lo recibí por la primera vez. Espero que esta situación pueda aportar algunos elementos para responder a la pregunta que da título a esta intervención.
Al poco andar del inicio del año escolar, Francisco vino a verme acompañado de su madre. Durante la primera entrevista que hago con los dos, su madre me dice que decide consultar por su hijo por dos problemas: por un lado, Francisco habla muy poco a su madre. Su madre encuentra que Francisco se encierra en sí mismo, no comunica ninguna emoción y casi no le dirige la palabra. Por otra parte, se queja del poco respeto que su hijo muestra ante las consignas e instrucciones que ella intenta imponerle y de una cierta insolencia de la parte de su hijo. Ciertamente se trata de un motivo de consulta relativamente común. No por ello, algo en el discurso de la madre dejó de llamar tempranamente mi atención: en múltiples ocasiones me preguntó “¿Por qué lo hace? ¿Por qué no me responde? ¿Por qué no me hace caso? ¿Intenta provocarme?”. Recuerdo que al momento de decir esto, una expresión sincera de sobrecogimiento y perplejidad se instalaba en ella.
Es necesario agregar algo más: el padre de Francisco murió cuando éste tenía tres años de una enfermedad bastante dolorosa la cual implicó una larga y penosa hospitalización. Cuando la madre de Francisco evoca esta situación en las primeras entrevistas, rompe en llanto y solloza desconsoladamente durante varios minutos. Es así como puede explicarme que ha vivido un doloroso duelo por más de dos años y que durante todo este tiempo ha habido muy poco lugar para ocuparse afectivamente de su hijo. Al momento de consultar, el duelo comenzaba poco a poco a cerrarse y la madre se daba cuenta que, a pesar de todo, un niño quedó de su unión con su fallecido novio. En las primeras entrevistas, Francisco se mostraba bastante agitado y, a menudo, el diálogo con la madre se veía interrumpido por el ruido que Francisco podía hacer con los juguetes que estaban a su disposición en el box. Cuando su madre lloraba, él se mantenía impávido. Francisco no mostraba mayor interés en hablar conmigo y, al comienzo, cuando venía a verme, me dirigía muy poco la palabra y jugaba sólo en un rincón del box. En cambio, la palabra de la madre, apesadumbrada por este duelo y por la perplejidad que este niño no cesaba de provocar en ella, desbordaba constantemente. Un primer tiempo fue entonces necesario para alojar la palabra de la madre antes de crear un lazo trasferencial directamente con Francisco.
Al cabo de algunas semanas, la madre pudo apaciguarse y limitar sus intervenciones; un trabajo con Francisco pudo entonces comenzar. Luego de un tiempo de trabajo, la madre me dice haber hecho un descubrimiento que podría explicar la insolencia de su hijo y el caso omiso que hace continuamente a sus requerimientos. “El otro día estábamos hablando de su padre y me dijo ‘¿pero igual tú eres hija del papá? ¿No?’ Fue ahí que me dije que si, efectivamente, él piensa que soy su hermana, difícilmente va a respetarme”. En efecto, existía una confusión en la filiación. Francisco insistía en decir que su madre era hija también de su papá – aun cuando su abuelo materno lo acompañaba regularmente a sus sesiones conmigo. Fue la ocasión para hacer un árbol genealógico e intentar situar el lugar de Francisco y de su madre respecto a su padre.
En Problemas cruciales para el psicoanálisis, Lacan subraya que el saber se detiene ahí donde el sexo revela su calidad insubjetivable. El sujeto se ve determinado por este saber que viene, dice Lacan, a hacer de guardián frente al rechazo del sujeto a la realidad sexual. ¿De dónde viene este saber? En la conferencia del 19 de junio de 1968 sobre el acto analítico, Lacan dice explícitamente lo siguiente: “Todo saber nos viene del Otro — no hablo de Dios, hablo del Otro. Siempre hay un Otro dónde está la tradición, la acumulación, el reservorio”. El sujeto se ve determinado por este saber que se instituye como une suerte de invención forzada frente al agujero traumático de la ausencia de relación sexual, al rechazo a la inscripción de la realidad sexual, el cual es fruto de la incidencia del significante. En este sentido, la inscripción en la filiación inscribiría algo de lo Real del sexo – y de la muerte – en la transmisión de la Ley Simbólica con las consecuencias de apaciguamiento que aquello conlleva. En el caso de Francisco, algo de esta inscripción no conseguía producir este efecto de apaciguamiento. Inquieto, insolente, y agitado, producto de un Real que sigue siendo profundamente ominoso para el niño.
Es así como algo de la función del analista comienza a dibujarse. No esperaremos ciertamente que la cura de un niño ocurra de manera idéntica a la de un adulto. No obstante, como lo subraya Christiane Lacôte, aunque existan diferencias en la cura con un niño y con un adulto, el trabajo clínico no es menos psicoanálisis. El analista está allí, con su deseo, para permitir al niño darle una segunda vuelta al saber que se ha construido, apoyado esta vez en la transferencia con su analista. El análisis le permite continuar su trabajo de responsabilización subjetiva, de asumir une posición como sujeto respecto de la castración, ahí donde algo de la transmisión del saber al interior de la familia se vio truncado, dejando al niño expuesto a un elemento ominoso.
Empero, un momento tan crucial como conmovedor ocurrió tiempo después. Un día, abro la puerta del box y Francisco está en la sala de espera con su abuelo materno. Apurado, su abuelo que rara vez me hablaba para más que “buenos días” y “adios” se acerca y me dice: “M. Díaz, quería comentarle. Francisco vino a verme y me preguntó a dónde parte la plata de los muertos. Usted sabe, es un poco complicado explicarle lo que es un notario y todo eso y bueno… se lo dejo ¡ah! ¡Buena suerte!”. Con la precipitación de quien se ha sentido seriamente en peligro, es el abuelo quien se apura para cerrar la puerta del box. Miro a Francisco y le pregunto si acaso escuchó lo que su abuelo había dicho. Francisco me mira tranquilo y me dice que ya había entendido y que el dinero de su padre le llegaría a él cuando fuese mayor. Asentí y pregunté “¿Y sabes por qué te llegará a ti?”. Francisco realzó los hombros. Es en este momento que, como buenamente puede uno, intenté explicarle la cuestión y el interés de la transmisión. De aquello que pasa de una generación a otra, como la corona de los reyes. “El falo se transmite de padre en hijo. E incluso ello implica algo que anula el falo del padre antes que el hijo tenga derecho de portarle. Es esencialmente de esta manera, una forma de transmisión esencialmente simbólica”. En este mismo impulso, le hablo a Francisco del Delfín, título nobiliario francés atribuido al hijo primogénito del rey de Francia y subrayo entonces que cuando el Rey moría, el Delfín se convertía en Rey. Lo que sucedió enseguida fue casi un Witz. Francisco me mira fijamente y me dice “¿Alguna vez has tocado un delfín?”. Le pregunto que si acaso él ha tocado un delfín. Francisco responde: “Me acuerdo de cuando toqué un delfín. Fue con mi papá. Una vez me llevó al parque de diversiones y había un espectáculo con delfines, y pude tocar uno”. Las sesiones siguientes, Francisco volvió a hablar muchas veces de su papá. Me trajo algunas polaroids de su padre y una tarjeta postal que compraron aquel día en el parque de diversiones. Al poco tiempo su madre me dice que Francisco iba mejor, que, si bien todavía podía mostrarse insolente, no era nada fuera de lo esperable para un niño de su edad y, sobre todo, Francisco le hablaba. De común acuerdo decidimos interrumpir este primer tiempo de tratamiento.
En la lección del 17 de enero 1968, Lacan subraya que el analista actúa, por muy poco que sea, favoreciendo una inmisión significante que “a decir verdad, no es susceptible de ninguna generalización que pueda llamarse saber”. “Lo que engendra la interpretación analítica, sostiene Lacan, es algo que, de lo universal, no puede ser evocado sino bajo la forma en la que les ruego observar hasta qué punto es contrario a todo lo que se justifica como tal”. De forma más o menos ingenua, decido valerme de un relato universal para evocar la cuestión de la transmisión. Es ahí que Francisco tiene la suficiente lucidez para hacer él mismo su interpretación: “Alguna vez has tocado un delfín?”. El significante Delfín que utilicé para que Francisco pueda orientarse respecto del espinoso asunto de su lugar luego de la muerte de su padre parece dar otra vuelta para transformarse en el delfín, significante arraigado en su relación a su padre y al lugar simbólico que éste representa. Esta operación permite que algo en la palabra de Francisco se desbloquee y que comencemos a hablar naturalmente de su padre al mismo tiempo que, en su hogar, su lugar de hijo parece un poco menos enigmático, tanto para él como para la madre misma.
En la conferencia del 19 de junio de 1968, se nos dice que, si el seminario no se hubiese visto interrumpido, Lacan nos habría llevado a interrogar la función del deseo del analista que no se saca, dice él, de ningún otro lado que del fantasma del analista. “Es del fantasma del analista, à saber lo que hay de más opaco, de más cerrado, de más autista en su palabra que aparece el choque de donde se descongela, en el analizante, la palabra (…)”. ¿Qué lugar para el acto psicoanalítico en la clínica con niños? Ciertamente, los recovecos y caminos no serán los mismos que en la asociación libre del adulto. Aun así, Lacan nos proporciona una brújula: la división subjetiva. Tanto el niño como el adulto se encuentran de una u otra manera confrontados a ella puesto que, fatalmente, están atravesados por el significante.